Pañuelos verdes por doquier. Una multitud de jóvenes mujeres, en su mayoría, pero también algunxs no tan jóvenes, y de todos los géneros, se congregaron en la esquina céntrica de la ciudad de Necochea, intersección de las calles 59 y 64. Querían más pañuelos, que escaseaban porque para el 8 de agosto ya quedaban muy pocos. Las reservas de las organizaciones se habían agotado en movilizaciones previas, en pañuelazos en puentes y calles, charlas en escuelas e institutos. Cuando ya no hubo más pañuelos, la desazón no fue mayor que el ímpetu: ya lo conseguirían. Esta lucha no se termina en ninguna institución estatal. Esta lucha sigue.

A pesar del frío, el viento helado que se colaba por todas partes, y las intermitentes lloviznas, de la multitud emanaba un fuego verde que no cesaba de avivarse. Al finalizar la manifestación no quedaron las cenizas, persistieron las llamas enardecidas. Estudiantes y trabajadoras predominaron en esa multitud, que expresaba además vínculos de parentesco y amistad. El color verde unificaba en la demanda de Aborto Legal a la muchedumbre, que contenía tanto a organizaciones como a independientes, cuyas cotidianeidades transcurrían en distintos barrios, escuelas, lugares de trabajo. Las banderas presentes fueron las de la Campaña Nacional por el Aborto Legal, libre y gratuito, las de Pan y Rosas, Plenario de Trabajadoras y el Movimiento Evita. Los gremios fueron los grandes ausentes de la tarde verde.

“Si no hay aborto legal, qué quilombo que se va a armar” fue el cántico unánime que inauguró la movilización por las calles de la ciudad. Aquella marcha resaltó por su fuerza y su paso presuroso, por su energía y su volumen, de las que comúnmente suceden en la ciudad. La presencia de la juventud se hizo evidente en todos los detalles. En los rostros pintados, en los carteles, en los timbres de voz, en las frases que se escuchaban. “Qué grande, un abuelo en la marcha”, fue una de las que entre bochornosa y cómicamente demostraron el carácter intergeneracional del reclamo.

“Alerta que camina la lucha feminista por América Latina”, como si se hubiera ensayado con un director de orquesta, sonaba cadenciosamente como una única voz compuesta de múltiples voces, y contagiaba un entusiasmo y un deseo que se expresaba más allá de la bronca y la tristeza que pudieran traslucir del fallo negativo previamente anunciado.

Al pasar por la iglesia de la plaza Dardo Rocha, la multitud se detuvo y denunció su carácter opresor, así como sus vínculos con el genocidio y la pedofilia sacerdotal: “Opus Dei, qué facho que sos”, “iglesia, basura, vos sos la dictadura”. Los integrantes de la institución policial que custodiaban sus puertas fueron repudiados no solo allí sino al proseguir la marcha, ya que la comisaría fue la siguiente estación en la que la multitud se detuvo. “Yuta trucha y asesina”, resonó en la calle 58, cuando a la vez bengalas verdes y violetas le sumaron más colorido a la tarde ya anochecida.

Las puertas del municipio, último punto de la movilización, resonaron con la fuerza que había crecido a lo largo del recorrido, reiterándose todos los cantos, entre saltos y bailes. Una lectura de poemas y textos sobre mujeres que abortaron precedió a la dispersión que, entre el frío, la llovizna y el viento, desperdigó a las cientos de llamitas encendidas, que fortalecidas partieron a prepararse para la siguiente ocasión de lucha.

No fue un día más. Para muchas de las más jóvenes, de 12 o 13 años, fue la primera vez que obtuvieron el permiso para ir a una movilización por decisión propia. Y nada más metafórico que ello, que de lo que se trataba era del derecho a la propia decisión, a la expresión de una voluntad inquebrantable. Para todxs fue la renovación del saberse acompañadxs, del re-conocimiento de que esta lucha nos muestra que lo viejo está terminando de morir y que lo nuevo está naciendo. La convicción de que hay que seguir hasta vencer. Y redoblar la apuesta.